Raúl fue unos de los dibujantes más extraordinarios que dio la Argentina. Desgraciadamente se debió dedicar muchos años a ser ilustrador publicitario y recién en los últimos años de su vida se dedicó tiempo completo a la creación artística.
La literatura y el arte conformaron su universo desde la infancia. Su padre Juan Carlos fue ilustrador de las grandes revistas de la época y llegó a ser Director General de “Caras y Caretas” y de “Plus Ultra”. “Llevo el dibujo en la sangre – decía Raúl-, pues he dibujado desde siempre”. A los tres años, y para regocijo de sus mayores, hizo caricaturas de Horacio Quiroga y Alfonsina Storni, quienes frecuentaban su casa.
Cuando muere su padre, debió abandonar sus estudios de arquitectura, para comenzar a trabajar. Su primer empleo fue como dibujante en la revista “El Hogar”. Colaboró luego en numerosas publicaciones, como la famosa revista Claudia, hasta hacer famoso a su perro Kali, pues usaba su nombre como seudónimo. Durante dos décadas se gana la vida realizando dibujos, pinturas, decoraciones y campañas publicitarias para las mayores empresas del país.
Una exposición de mágicas tintas presentada en Galería Bonino, cuando contaba con 50 años de edad, fue su pasaporte al mundo del Arte, de allí en más, se volcaría de lleno a la pintura, realizando una magnífica producción de tintas, óleos, aguafuertes, y pasteles.
El pastel fue su técnica preferida, que manejó como nadie, aplicando sucesivas capas lograba veladuras y efectos que no lograban los otros. Supo extraer toda la sensualidad y la calidez de la materia, logrando los matices más sutiles y las armonizaciones más delicadas  En general realizó obras de pequeño formato, las obras más grandes que le conozco fueron algunos óleos de la última época que no excedían el metro de lado. También ilustró numerosos libros, entre ellos el “Martín Fierro” de José Hernández y obras de Benito Lynch, Manuel Mujica Lainez, y de su entrañable amigo, el poeta Alberto Girri.
Siendo por muchos años, un creador ligado a la realidad, poco a poco y ante su propio asombro, se fue independizando del entorno. Sus paisajes, sus arquitecturas, sus objetos y frutas, surgen del sueño y la memoria. Son formas ambiguas y misteriosas, transmutadas por su imaginación. Él mismo me manifestaba que luego de haber sido figurativo durante tantos años, al final de su vida se había convertido en un artista abstracto, aunque me confesó que iniciaba sus trabajos como si fueran figurativos y recién al final, deformaba los elementos para que se convirtieran en abstractos.
Raúl era un hombre cálido, muy culto, gran lector y buen anfitrión, que recibía siempre en su casa de Vicente López a todo el ambiente intelectual, acompañado siempre por su querida Daniele.
Fue un buscador constante: “Cuando pinto no tengo claro que es lo que quiero decir, me guía el instinto, pero ese tiempo pasa con alegría, como debe pasar, y los pinceles, los colores, los dedos, los instrumentos trabajan solos, lo hacen por mí, y creo que saben mejor que yo lo que tienen que hacer. Sólo necesito pintar poniendo en marcha mis emociones, buscando llegar a lo que nunca logramos: el cuadro que quisiéramos hacer.”