Nació el 20 de agosto de 1869 en Buenos Aires, en el barrio de San Telmo. De muy joven, mientras ayudaba a su padre en su carpintería, se despertó su vocación por la pintura al ver a un decorador de techos que pintaba un cieloraso. Estudió en la Societa Nazionale Italiana y luego en la Sociedad Estímulo de Bellas Artes.
Viajó a Europa para perfeccionarse en la Real Academia de Bellas Artes de Roma. Al egresar, decidió perfeccionarse en las técnicas de la pintura mural, y lo hizo con tan brillantes resultados que su maestro, César Maccari, lo eligió entre sus colaboradores para pintar los frescos del nuevo Palacio de Justicia de la Ciudad Eterna. En 1900, luego de un viaje a París, decidió abandonar los temas históricos de la pintura académica al descubrir que “el arte debe inspirarse en la vida”. Y un año más tarde, envió a la Bienal de Venecia su gran composición naturalista “La Vida Honesta”. Fue el primer artista argentino que participó en esa bienal, y como no se había previsto la presencia de los países sudamericanos, su obra se colocó en el pabellón de España, junto a los envíos de Sorolla y Zuloaga.
En 1903 pintó “La Hora del Almuerzo”, su obra más célebre que recibió Medalla de Oro en la Exposición Universal de San Francisco, Estados Unidos, e integra la colección del Museo Nacional de Bellas Artes. A su regreso al país, quiso brindar a su patria todo lo que Europa le había enseñado. En 1907, fue nombrado director de la Academia Nacional de Bellas Artes, y durante 35 años realizó una magnífica labor docente, en la que empeñó sus conocimientos y su corazón. Fue maestro de Enrique Larrañaga, Lino Enea Spilimbergo, Miguel Carlos Victorica y Raquel Forner. Y el descubridor de Benito Quinquela Martín.
El otro acontecimiento que marcó su regreso al país fue la creación del Grupo Nexus, de existencia breve pero fecunda, que formó con Fader, Rossi, Ripamonte y Dresco. Su impacto en las artes plásticas fue notable, ya que sin duda las exposiciones organizadas por Nexus contribuyeron a orientar la imagen pictórica del país.
A lo largo de su vida, también dedicó tiempo a la escenografía y durante varios años fue miembro y luego Presidente del Directorio del Teatro Colón.
Pintaba a plein air, recorriendo las calles de Buenos Aires con una vieja ambulancia tirada por un caballo, su “taller rodante” que estacionaba donde el paisaje lo atrapaba. Las esquinas porteñas, las calles de Barracas, San Telmo y el Riachuelo inspiraron sus cuadros. Fue el pintor de la ciudad moderna que crecía vertiginosamente, sus obras testimonian la transformación de Buenos Aires. Dijo Collivadino: “Procuro siempre inspirarme en la naturaleza que contemplo, tratando de fijar en el lienzo las emociones que esa misma naturaleza me produce.”
La tarea docente lo absorbió mucho, pero siempre siguió pintando con regularidad y abundancia, tanto en Buenos Aires como en un campito que tenía en Merlo, provincia de Buenos Aires.
El 26 de agosto de 1945, a los 76 años, murió en Buenos Aires, este gentil pintor, abnegado maestro y exigente director de Bellas Artes.