Aunque porteño, Luis Cordiviola, dedicó a las sierras de Córdoba lo más significativo de su obra. Viajó por primera vez a aquella provincia al comenzar la década del 20, y enamorado del paisaje compró unas tierras en Cabalango, un paraje de Tanti, cerca del Dique San Roque, donde pasaba largas temporadas pintando al aire libre, que alternaba con su residencia en su casa de San Isidro, Provincia de Buenos Aires.
Ante la atmósfera translúcida de la sierra su paleta se volvió clara y brillante, además, allí descubrió uno de sus motivos predilectos: los animales serranos. Y sin duda, Luis Cordiviola fue el pintor animalista por excelencia del Arte de los Argentinos.
Observador minucioso de la anatomía y el comportamiento de los animales, supo plasmarlos con dibujo ajustado y vigoroso. Vacas y terneros, cabras, chivos, bueyes y caballos fueron sus motivos preferidos, modelados con fuerte relieve, se destacan sobre los cielos diáfanos de la sierra. Aunque trabajaba al aire libre, como los maestros impresionistas, la luz lejos de disolver la corporeidad de las figuras, le sirve para reforzar su solidez y su volumen. Y como escribió José León Pagano en el estudio dedicado al artista en “El Arte de los Argentinos” es “pintura de noble estilo, que evoca otros tiempos mejor disciplinados.” Dedicó también muchas de sus obras a su barrio, San Isidro, plasmando las viejas esquinas y el arroyo Sarandí con sus sauces costeros y sus lanchas.
A los 42 años y siendo un soltero acostumbrado a vivir en soledad conoce al amor de su vida: Ricarda; veinte años menor que él y se convirtió en su compañera inseparable. A pasos de la Catedral de San Isidro, construyeron poco a poco su casa con elementos antiguos rescatados de demoliciones: vigas del viejo Tigre Hotel sostenían las paredes, puertas y ventanas coloniales y en homenaje al rancho criollo, la cubrió con techos de paja. Recordaba Ricarda: “Aunque los demás nos tenían profunda lástima porque íbamos recogiendo lo que ellos consideraban material de desecho, nosotros sabíamos bien lo que queríamos y nos divertíamos mucho consiguiendo cosas tan valiosas. Así nos encontramos con la bañera de mármol de Carrara en una sola pieza que perteneciera al Virrey Vértiz…” En el interior no solo se lucían las pinturas de Cordiviola, sino también las bellísimas piezas artesanales realizadas por Ricarda, que desarrolló su vocación artística en tejidos y alfarería construidas con técnicas ancestrales de nuestra América.
Cordiviola fue un artista de talento precoz. Apenas iniciados sus estudios en la Academia Nacional de Bellas Artes participó en el primer Salón Nacional de 1911 y un año más tarde obtuvo una beca para continuar su formación en Europa. De este período han quedado sus deliciosos paisajes de París, realizados con una magnífica gama de grises, que sorprendieron a Don José León Pagano pues le recordaban las obras de Maurice Utrillo. En 1914, el estallido de la guerra europea lo devolvió a la Patria. Inició entonces una brillante trayectoria, coronada con el Primer Premio en el Salón Nacional de 1922, cuando contaba sólo treinta años y exitosas exposiciones en nuestro país y en el exterior.