Al hablar de su obra decía: “Representar la forma de los seres y las cosas materiales no es lo mismo que corporizar en imágenes el mundo impreciso de los recuerdos…”; “deseo par mí la sinceridad de un lenguaje directo y franco que permita decir hasta lo más inexpresable usando los medios más variados sin recurrir nunca a clichés…” En cada obra supo remontarse por encima de lo meramente anecdótico y deslizarse hacia la esencia de lo que quería decir: pintar recuerdos, sueños y ensueños que patentizan el mundo de la psicología profunda. En sus óleos van apareciendo figuras estatuarias, misteriosas, fantasmagóricas que constituyen uno de los aspectos más originales de Basaldúa. Extraños rostros en sitios turbadores, mujeres de pelo negro, lustroso, de miradas extrañas solas o agrupadas en un complejo de contornos de poca definición. El original Manuel “Manucho” Mújica Láinez, que lo quería y admiraba, al ocuparse de su obra hablaba de la carga irónica de sus composiciones y le gustaba recordarlo como el “artista que siempre pareció joven y ágil (…) pronto para la frase irónica y sin embargo bonachón…”
Al tratar la arquitectura la torna escurridiza y borrosa, con una atmósfera envolvente y los nostálgicos pueblos adquieren fuerza onírica. Su pintura a veces espesa y el color al servicio de los sentimientos lo acercan al expresionismo alemán. También pintó volantas, carruajes y coches deslizándose en caminos polvorientos que recuerda la obra de Pedro Figari el genial pintor charrúa. Las reuniones, los cócteles; los encuentros de mujeres elegantes; las charlas de hombre de mundo son plasmados con humor por su pincel ágil.
Nacido en el interior de la provincia de Buenos Aires, a los 20 años comienza a estudiar dibujo en la Capital Federal y conoce a quienes serán dos de sus grandes amigos: Horacio Butler y Aquiles Badi. Con ellos se reencuentra unos años después en París, ciudad atrayente para los jóvenes artistas que buscaban el contacto con el arte moderno y las vanguardias. Alquila un taller en la rue Daguerre y vive como un monje consagrado a su trabajo. Por encargo de una amiga americana realizará varias ilustraciones para la revista “Vogue” que le permitirán sumar algunos francos a su recatada economía.
Basaldúa se inicia cultivando los temas de todo joven pintor, figuras y naturalezas muertas que presentan una pincelada inteligente y nerviosa. Integrado al “Grupo Paris” formado por Horacio Butler, Antonio Berni, Aquiles Badi y Lino Enea Spilimbergo, frecuenta el taller de André Lhote, discípulo de Cezanne, mostrando las obras de este periodo toda la influencia “Cezanniana”. De regreso a Buenos Aires expone junto a los integrantes de dicho grupo en “Amigos del Arte” con una buena crítica local que fue constante en su vida.
Durante muchos años fue el escenográfo oficial del Teatro Colón, realizando todas las decoraciones de las obras de óperas y ballet presentadas desde 1932 hasta 1959.
Basaldúa fue uno de los artistas más completos, profundos y sensibles de su generación, aunque, como dijo su gran amigo Horacio Butler: “Su enorme talento se ocultó siempre bajo los velos de la timidez y la modestia…”; “como todo ser hipersensible se rodeó de una áurea infranqueable para defenderse de las agresiones exteriores que lo lastimaban.”