Eduardo Audivert

Desde muy chico concurrió al taller de Demetrio Urruchúa, quien “me enseñó a amar apasionadamente el arte, a vivir en función de él. Fue un ejemplo por su actitud de hombre y artista, frente a las circunstancias”, dijo Eduardo, y completó su formación en Tucumán donde fue discípulo nada menos que de Lino Enea Spilimbergo.
Eduardo Audivert, se inició en el Arte con la técnica del grabado, de la mano de su padre el eximio grabador Pompeyo Audivert (1900 – 1977), y en la última década de su vida, encontró en la acuarela, su técnica definitiva. “Mi predilección por la acuarela proviene, quizá, del grabado. Para mí el papel es un elemento muy sensual al tacto e incluso en el tratamiento”, dijo el artista. La transparencia del color, su luminosidad le resultan adecuadas para expresar su admiración y su amor por la naturaleza. Al contrario de lo que muchos creen, la acuarela es una técnica para virtuosos, la luz está dada por el blanco del papel y allí radica su dificultad, pues cuando el blanco se mancha ya no hay retorno y es necesario volver a empezar. Relegada hasta mediados del siglo XVII a los croquis de los cartógrafos y a los dibujos preparatorios de los grabadores, fueron los maestros ingleses los que la jerarquizaron, desde los menos difundidos como Cozens, hasta las figuras monumentales de Turner y Constable. Y Audivert es digno de estos antecesores. Creo que es el más grande acuarelista argentino, junto con Martín Malharro y Guillermo Roux.
Tenía su casa y su taller en La Boca, que compartía con su gran compañera, Victoria. Yo tuve el privilegio de ser su amigo durante dos décadas y representarlo.
Le encantaba pintar niños, animales, desnudos femeninos y fue un magnífico pintor de flores. Pero sin duda, lo que más le atrajo es el paisaje. Prefiere los bosques y los jardines y solía ir al Rosedal de Palermo, a tomar apuntes. Dijo el artista: “A través del paisaje, busco expresar situaciones de luz y color, crear un lenguaje propio, y lo logro algunas veces con más felicidad que otras. Al contrario del común de los acuarelistas trabajo muy lentamente, superponiendo capas y transparencias hasta que de la reiteración, surgen las formas. Los apuntes me ayudan pero son solo el inicio para una libre recreación donde las vivencias y la imaginación llevan las riendas. No soy un pintor de panoramas, prefiero los fragmentos, los pequeños detalles, ante un bosque me detengo en la copa de un árbol. Pero más allá del paisaje observado, hallar mi paisaje interior es definitivamente, mi preocupación.”
En 1995 Audivert visitó París, y en el museo de L´Orangerie redescubrió “Las Ninfeas” de Claude Monet. De inmediato sintió la necesidad de conocer Giverny, el pequeño pueblo donde el gran maestro del impresionismo realizó esas obras. Enamorado del lugar tomó numerosos apuntes, y a su regreso se puso a trabajar en una serie de acuarelas en las que recrea el paisaje de Giverny, y que seguramente complacerían al maestro Monet ya que tienen un protagonista indiscutido: el color. Cuando le preguntan porque decidió rendirle un homenaje, la respuesta de Audivert no se deja esperar: “Porque fue una amor a primera vista y porque pintó su paisaje interior sin otro recurso que el amor la pintura”. Como también lo hizo el querido e inolvidable Eduardo.